martes, 30 de agosto de 2011

AUSTRIA 2 (1867 - 1919)



IMPERIO AUSTROHÚNGARO

Desde 1867, en el nuevo sistema de la Monarquía Dual, el Emperador, de la familia de los Habsburgo, pasa a ser Emperador en Austria y Rey en Hungría.

Se establecen dos Parlamentos separados, acompañados de los respectivos Gobierno y Primer Ministro. De cada uno dependen determinadas  provincias no estrictamente austrogermánicas ni húngaras, principalmente eslavas. Algunas de ellas, como Galitzia-Ludomeria (de Austria) o Croacia-Eslavonia (de Hungría), gozan de una cierta autonomía.


Había un Consejo de Ministros Común que se encargaba de las responsabilidades comunes (sólo Finanzas, Defensa y Política Exterior); estaba compuesto por los dos Primeros Ministros, el Ministro imperial de Asuntos Exteriores, el de Finanzas, el Jefe del Estado Mayor Imperial, algunos archiduques y, por supuesto, el Emperador.


Dos delegaciones de representantes de cada uno de los dos Parlamentos se reunían por separado y votaban las propuestas del Consejo de Ministros Común. El Emperador tenía la decisión final en Defensa y Relaciones Exteriores.


El sistema funcionó entre fricciones continuas, especialmente en lo  relativo a las Fuerzas Armadas. Téngase en cuenta que cada Gobierno se encargaba por separado de cuestiones como reclutamiento, legislación sobre el servicio militar, transporte de tropas y regulación de las cuestiones civiles de los militares.


Se dieron a menudo conflictos sobre aranceles exteriores y sobre contribución a la Hacienda común (Austria aportaba el 70% del presupuesto). Cada diez años  había que renegociar estos temas, con las discusiones correspondientes, y además en 1906 llegó al poder en Budapest un gobierno de coalición nacionalista. No obstante, la renovación se produjo en 1907 y 1917.


Austria propició un régimen parlamentario equiparable a los de Europa Occidental, con libertades públicas, sufragio universal masculino desde 1907 y formación de grandes partidos (socialcristianos, socialdemócratas y pangermanistas).

En Hungría, la extensa nobleza retuvo en sus manos el poder gracias a un sufragio censitario muy restrictivo, el control de la tierra (e indirectamente el de los campesinos) y la reducción de  las minorías no húngaras a unos cuantos aristócratas transilvanos y eslovacos, mientras que los eslavos en general sólo podían aspirar al poder local. Lo que es peor, con una mentalidad nacionalista estrecha, promovió un proceso de magiarización, incluso en la enseñanza, dando lugar entre la población eslava a los resentimientos que cabe suponer.

Austria permitió en Bohemia y en sus territorios polacos una amplia autonomía administrativa y cultural, que, en el caso de los polacos, contrastaba con lo que ocurría en las partes rusa y alemana.


La economía cambió profundamente durante la época de la monarquía dual. El progreso tecnológico aceleró la industrialización y el crecimiento de las ciudades, pero manteniéndose gran diferencia de desarrollo entre las provincias occidentales y las orientales. Austria y Bohemia mantenían niveles de desarrollo político, económico y social equivalentes a los de Alemania o Francia, mientras que Transilvania, Galitzia y Bosnia-Herzegovina eran similares en su situación a las tierras balcánicas o rusas.

El ferrocarril, una realización importante, se extendió ampliamente por todo el territorio austrohúngaro.

La población era en 1914 de 52.800.000 habitantes, pero muy desigualmente repartida. Austria tenía 97 habitantes / km2, y Hungría, 66; pero el contraste era superior entre las regiones más industrializadas (más de 120 hab/Km2), y las zonas montañosas de los Alpes o los Balcanes, que no llegaban a 60.

Existía gran variedad de grupos étnicos (15 nacionalidades con 12 lenguas y 7 confesiones religiosas). Los grupos mayoritarios eran el austrogermánico (23.9%), de lengua alemana, y el magiar (20%), de lengua húngara.

Los eslavos constituían el tercer grupo, si bien divididos en 6 idiomas y 8 etnias, una de ellas (los bosnios) de religión musulmana. Había pueblos latinos, especialmente italianos del Trentino y rumanos de Transilvania, y judíos, concentrados en las grandes ciudades y en Galitzia. La religión del Estado, y la predominante, era la católica.

Viena alcanzó en 1916 su máxima población con 2.239.000 habitantes, siendo la tercera ciudad europea en tamaño, tras Londres y París, y la cuarta del mundo, tras éstas y Nueva York, constituyendo un centro económico, industrial y cultural de primer orden. La segunda era Budapest, cuya área metropolitana superó el millón en 1914. Les seguía Praga, capital de Bohemia, con 550.000 habitantes incluyendo el área metropolitana.

Tras estos datos, volvamos a la evolución política. El Imperio disponía solamente de una salida al Adriático, y carecía de colonias, lo que dificultará su desarrollo económico. Había tenido, como hemos visto, que retirarse de Italia y del espacio germánico. Todo ello propiciará su expansión hacia el Sur.

La expansión siguiendo primero el eje danubiano no era por supuesto nueva. Tras las grandes conquistas turcas del siglo XVI, cuando los otomanos dominaron incluso la mayor parte de Hungría y amenazaron por primera vez Viena, se había llegado a un cierto equilibrio, siendo Carintia tierra de frontera, como todavía hoy testimonia el imponente arsenal de Graz, magníficamente conservado.

Tras el segundo y último intento otomano de ocupar Viena en 1683, el emperador Leopoldo II (que cuenta con un excelente general, Eugenio de Saboya) emprende la contraofensiva. Reconquista Buda en 1686, y en 1691 ha expulsado a los turcos de toda Hungría y de Transilvania.

Las circunstancias han cambiado; el Imperio Turco se convierte en el ‘hombre enfermo de Europa’, y la penetración continuará por la franja norte de la península Balcánica, en la que la agitación de los pueblos sometidos al turco crece más y más.

En el congreso de Berlín de 1878, reunido para limitar el desastre turco ante rusos y búlgaros (ya que a las potencias occidentales no les interesa tampoco un hundimiento de Turquía), el ahora ya Imperio Austrohúngaro consigue la ocupación de los territorios de Bosnia-Herzegovina y del Banato de Novi Pazar (hoy serbio). A diferencia de lo habitual, Bosnia- Herzegovina queda sujeta a una administración militar conjunta de austriacos y húngaros. Recuérdese que es el año siguiente, 1879, cuando se forma la sólida alianza entre Berlín y Viena. 

Esta expansión hacia el sur concita los recelos de Serbia (desde hace años libre ya de turcos), porque Serbia pretende extenderse hacia el norte, ya que su objetivo es englobar toda la mitad oeste de la Península balcánica. Por consiguiente, toda expansión austrohúngara le estorba Y detrás de Serbia, como protector, está el Imperio Ruso, por dos razones: la primera, que Rusia, la ‘Tercera Roma’ se cree con derecho y obligación de proteger a todos los ortodoxos del mundo, y los serbios son ortodoxos; la segunda, más terrenal, que el Imperio Ruso no pierde ocasión de acrecentar su influencia en los Balcanes con el fin de aproximarse a los estrechos que comunican el mar Negro con el Mediterráneo; ése ha sido y será siempre su objetivo último.

En 1908, aprovechando la profunda crisis turca ocasionada por el derrocamiento del sultán de turno y el ataque italiano a Libia, el Imperio Austrohúngaro da un paso más: convierte la mera ocupación de Bosnia-Herzegovina en anexión pura y simple. Los recelos serbios se convierten en un paroxismo de odio, tanto más cuanto que ya está en escena un personaje temible para ellos: el Archiduque Francisco Fernando.

Estamos hablando del sobrino de Francisco José, hijo de su hermano Carlos Luis. Al fallecer éste en 1896, Francisco Fernando es ahora el heredero al Imperio, y un hombre con ideas muy claras.

Es persona inteligente y de sólida formación. Ha tenido diferencias con el viejo Emperador, al enamorarse y empeñarse en el casamiento con una joven miembro de la pequeña nobleza, Sofía Chotek, carente de relación alguna con las familias regias, reinantes o sin reinar. Por esa razón, el Emperador prohíbe el matrimonio. Interceden en favor de Francisco Fernando el Papa y el Kaiser Guillermo; al fin, el Emperador cede, permitiendo un matrimonio morganático: la eventual descendencia no tendrá derechos sucesorios y a Sofía no se le concede el título de Archiduquesa ni ninguna relevancia en la Corte.

Pero el perfil de Francisco Fernando no se agota en ese episodio personal. Es partidario de una reforma del Estado (que el Emperador nunca se ha decidido a hacer por miedo a los húngaros), transformándolo en una Federación en la que los eslavos tuvieran un peso análogo al de austriacos y magiares. Hablando en términos vulgares, partía del principio de que un triciclo es mucho más estable que una bicicleta.

Estaba convencido de la imposibilidad de que el Imperio sobreviviera a una guerra importante si ésta se desencadenaba antes de que él accediera al trono y llevara a cabo esas necesarias reformas, tanto políticas como militares. Por eso utilizó su influencia sobre su tío para que el Imperio no interviniera para nada en las dos Guerras Balcánicas de 1912/1913.

En esta situación, el Archiduque, Inspector General del Ejército, visitaba con su esposa oficialmente Sarajevo, la capital bosnia, el 28 de junio de 1914. Ambos fueron asesinados por los disparos de un joven serbio, cuyo nombre ha pasado a la Historia: Gavrilo Prinzip.

El suceso es de importancia capital. Los vencedores de la subsiguiente Guerra Mundial han tratado de difundir la historia de que se trataba de un pequeño grupo de ‘activistas’ que actuaba por su cuenta. La realidad es muy diferente. 

El atentado fue planeado y decidido en una reunión del Consejo de Ministros serbio, con presencia (según algunos autores) de agentes del gobierno ruso, y se creó una organización ‘ad hoc’ para él. Uno de los autores, Danilo Ilic, incluso confesó tras su detención que las armas habían sido proporcionadas por agentes del gobierno serbio.

La ejecución del atentado, en la fecha conocida y prevista de antemano, fue en realidad una verdadera chapuza. Resultó necesaria la concordancia de una larga serie de circunstancias para que tuviera éxito, pero tal concordancia de hecho se dio. Ni siquiera funcionaron las cápsulas de cianuro de que habían sido provistos los asesinos. De los tres, Ilic fue ahorcado; Prinzip y el tercero murieron tuberculosos en la cárcel. 

Cuando conoció el atentado, el conde Tisza exclamó en pleno Parlamento: “¡La voluntad de Dios se ha cumplido!”; pero es que el conde Tisza era a la sazón el Jefe del Gobierno húngaro, lo cual indica cómo estaban las cosas.

Hay un triste aspecto de interés humano en la historia; Sofía Chotek, que murió de un disparo dirigido a su marido, ni siquiera tenía por qué haber estado allí. Pero, debido a su matrimonio morganático, llevaba en Viena una vida tan solitaria y aburrida, que Francisco Fernando la llevó a Sarajevo como una especie de vacaciones, deseando además poder celebrar juntos el aniversario del matrimonio, que era el fatídico 28 de junio

Francisco José no podía pasar por alto aquello; no quería ni esperaba una guerra general, pero sí una guerra limitada, de las que tantas se habían dado en los Balcanes, y con ella dar un escarmiento a Serbia. Ésta recibió un ultimátum el 7 de julio, por supuesto redactado en unos términos que no podía aceptar; El 25 de julio, Rusia manifestó su apoyo a Serbia y se cortaron las relaciones. El 28, el Imperio austriaco declaró la guerra a los serbios, y el 29, Francisco José escribió: “He examinado y sopesado todo; avanzo con la conciencia tranquila por el camino que me indica mi deber”.

Es curioso que el paso decisivo para la generalización de la guerra lo diera un hombre de excelente carácter, bondadoso y dubitativo. Nos referimos al Zar Nicolás II, quien, tras tres días de meditación y dudas (según declaró él mismo), firmó el 29 de julio la orden de movilización general. Ésta era, al menos en la época, prácticamente irreversible, tanto más en un país tan grande y mal comunicado como Rusia. Por eso el Kaiser la consideró como un acto de agresión contra Austria y, no pudiendo abandonar a su fiel aliada y quedarse él solo, declaró la guerra a Rusia el 1 de agosto. A partir de ahí, el juego de las alianzas empezó a funcionar.


No podemos entrar en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial; sólo hacer notar que constituye la matriz del mundo en que vivimos. Sin ella no tienen sentido la Segunda Guerra Mundial (continuación de la primera), ni la Revolución Soviética, ni el enfrentamiento entre dos superpotencias ajenas a Europa, ni la intervención de una y otra en los asuntos europeos, ni el estado en que el mundo se encuentra hoy. Realmente el siglo XIX acabó en 1914.

La actuación del ejército austrohúngaro no fue demasiado brillante, y en más de un frente hubo de recibir apoyo de las tropas alemanas. La población civil sufrió por el bloqueo todavía más que la de Alemania y, como es lógico, las tensiones internas se exacerbaron.

En 1916 murió el viejo Emperador. Le sucedió, como estaba previsto desde 1914, Carlos I, sobrino de Francisco Fernando y sobrino-nieto de Francisco José. Va a ser el último Emperador de Austria y Rey de Hungría.

Carlos I, nacido en 1887 y casado con Zita de Borbón-Parma (que le sobreviviría hasta 1989), tenía una sólida formación en Derecho Constitucional y Ciencias Políticas. Su principal preocupación fue sacar a Austria-Hungría de la guerra, para lo que inició conversaciones secretas con los franceses, que fracasaron, quizá por una imperdonable indiscreción del ministro austriaco de Asuntos Exteriores.

Además, promulgó diferentes normas para mitigar el descontento popular. Una de las primeras fue suprimir el tren de vida de la Corte para poder financiar las medidas sociales necesarias, y creó el primer Ministerio de Asuntos Sociales del mundo. Intentó poner en marcha el plan de federalización del Estado que tenía en mente su tío Francisco Fernando, pero ahora era ya demasiado tarde.

Al hundirse el frente búlgaro en el otoño de 1918, los acontecimientos se precipitaron. Militarmente, no fue un repliegue ordenado como el alemán, sino una desbandada. La secuencia resumida de acontecimientos políticos es: 28 de octubre, proclamación de la República de Checoslovaquia. 31 de octubre, secesión de Hungría. 3 de noviembre, armisticio. 7 de noviembre, proclamación de la República de Polonia, incluyendo Galitzia. 16 de noviembre, proclamación en Hungría de la República. 1 de diciembre, las regiones del Sur se unen a Serbia, formando el ‘reino de los serbios, croatas y eslovenos’. 24 de diciembre, Rumania se anexiona Transilvania.

Ya antes, el 11 de noviembre, Carlos I renunció a la Jefatura del Estado austrohúngaro y a formar parte en el futuro de ningún gobierno austriaco.

Para no cortar ahí la historia del ex –emperador, seguiremos sus huellas un poco más. Desde su exilio en Suiza, creerá de buena fe que el nuevo gobernante de Hungría, Horthy, al haberse proclamado Regente, reconocerá sus derechos, pero Horthy no tiene la menor intención de ello. Por dos veces, en abril y en octubre de 1921, se presentará en Hungría sin obtener más que evasivas del Regente, escándalo de los aliados vencedores y amenazas de los amigos de éstos en Europa Oriental (Pequeña entente). 

Temiendo una guerra civil, permitirá que un buque de guerra británico lo saque por el Danubio al mar Negro, y aceptará las ‘amistosas sugerencias’ de ingleses y franceses de ser conducido a la isla portuguesa de Madeira para residir allí con su familia. Llegará a Funchal el 19 de noviembre de 1921, y morirá de neumonía el 1 de abril de 1922. Sus restos reposan en la iglesia de Monte, próxima a Funchal, pero, siguiendo la tradición, su corazón fue llevado a la cripta de los Habsburgo en Viena. Ha sido beatificado el 3 de abril de 2004 por S.S. Juan Pablo II, hallándose avanzado el proceso de canonización. 

En 1919, por los Tratados de Saint Germain y Trianon, filiales del de Versalles, los vencedores procedieron al despedazamiento formal del Imperio Austrohúngaro; con ello, abortaron una interesante experiencia de gran Estado multinacional y, lo que es más grave, eliminaron un elemento de equilibrio en Europa Oriental, abriéndose un interminable proceso de disputas fronterizas y querellas territoriales que durará hasta la imposición de la ‘pax sovietica’ en 1945.

El territorio del antiguo Imperio se reparte actualmente, como puede verse en el mapa adjunto, entre 13 estados europeos:

Austria, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Bánato (Serbia), Trentino-Tirol del Sur-Trieste (Italia), Transilvania (Rumania), Galitzia (Polonia), Rutenia (Ucrania) y región de Kotor (Montenegro).


AUSTRIA-HUNGRÍA

Desde el punto de vista filatélico, “Imperio Austrohúngaro” y “Austria-Hungría” no son términos equivalentes. Ya vimos que, desde 1867, las dos partes del Imperio tenían sus servicios postales propios y emitían sellos diferentes. Los presentados en esta entrada son los correspondientes a la parte austriaca.


Pero el Ejército era común, y por eso el correo de campaña tenía sus emisiones especiales, que son las aquí representadas.



Se observará que llevan la inscripción “K.u.K. Feldpost” (Kaiserliche und Königliche Feldpost), significando ‘Correo de Campaña Imperial y Real’.



lunes, 29 de agosto de 2011

AUSTRIA 1 (1806 - 1867)



EL IMPERIO AUSTRIACO

La expresión ‘Imperio de Austria’ o ‘Imperio austriaco’ se utiliza a menudo de manera impropia con referencia a la entidad política existente antes de 1806. Con anterioridad a tal fecha, lo que tenemos realmente es la conjunción de los restos del Sacro Imperio Romano Germánico (que se remonta al siglo X) con la familia de los Habsburgo, que asume el título imperial en 1438 y lo mantiene desde entonces.

Desde 1556, cuando Carlos I de España y V de Alemania, al abdicar, cede a su hermano Fernando el título imperial (que en la práctica ha dejado de ser electivo) y los territorios de la familia en Europa Central (aumentados desde 1526 con las partes de los reinos de Hungría y Bohemia no ocupados por los turcos), se crea una potencia territorial con peso importante, cuyas peripecias en los siglos XVII y XVIII no podemos seguir aquí, pero sí recordar que la preeminencia del Emperador (como tal Emperador) se extiende más o menos teóricamente a todo el mundo germánico, que no ha podido lograr su unidad territorial.

Las guerras napoleónicas, continuadoras de la Revolución Francesa, van a traer un cambio importante. Las victorias de Napoleón en Ulm y Austerlitz impondrán al emperador Francisco II el humillante Tratado de Presburgo (diciembre 1805), que en la práctica supuso la disolución del milenario Imperio Germánico. A raíz de esa derrota y esa paz, Baviera y Württenberg, aliados de Napoleón, se autoproclaman reinos, como el margraviato de Baden se proclama Gran Ducado. Napoleón organiza como estado-satélite la Confederación del Rin, que lo convierte en virtual dueño de Alemania.

Ante esta situación, Francisco II decide disolver formalmente el Sacro Imperio el 6 de agosto de 1806 (temiendo que acabe como tal en manos de Napoleón), de acuerdo con Jorge III de Inglaterra, cuyos dominios de Hannover han sido también ocupados por los franceses. Francisco II convierte sus posesiones en “Imperio de Austria”, que en realidad nace ahora, y, para que quede bien claro, cambia su nombre por el de Francisco I, primer emperador austriaco propiamente dicho.

Después vendrá el matrimonio de Napoleón con María Luisa, hija de Francisco, concertado astutamente por el ministro austriaco Metternich para obtener una pausa; vendrá la derrota francesa en Rusia, la Sexta Coalición (en la que Austria por supuesto participa), la gran derrota de Napoleón en Leipzig (1813) y su abdicación en abril de 1814. Lo de Waterloo, después, no fue más que un episodio, todo lo espectacular que se quiera, pero que no impidió la reorganización de Europa por el Congreso de Viena, dando fin al periodo napoleónico.


Se abre la etapa de la Restauración, cuya alma es Metternich, renano de origen, pero Canciller del Imperio Austriaco. En la reorganización de fronteras, Austria perderá Flandes (el antiguo Flandes español, adquirido por los Habsburgo en 1713), que pasará a ser una provincia del nuevo reino neerlandés, pero obtendrá una posición preeminente en el norte y centro de una Italia aún dividida, además de adquirir las posesiones, a lo largo de la costa adriática, de una República de Venecia definitivamente extinta.

Francisco I morirá en 1835 y será sucedido por su hijo Fernando I, un pobre y bondadoso subnormal, fruto de repetidos enlaces entre consanguíneos próximos, que apenas sabe expresarse y sufre además de ataques epilépticos. Todo ello hace necesaria la institución, por Metternich, de una Junta Secreta de Regencia. Fernando se casó con su prima María Ana de Saboya, sufriendo cinco ataques epilépticos la noche de bodas. No hubo descendencia.

Pero el sistema de la Restauración (y de su soporte ideológico, la Santa Alianza) se va resquebrajando: Revolución de 1830 (que echa definitivamente a los Borbones de Francia), independencia (con apoyo británico) de Bélgica, independencia de Grecia (con apoyo de Gran Bretaña, Francia e incluso Rusia) frente a su soberano legítimo, que es, guste o no, el Sultán turco.

Se va aproximando la segunda oleada revolucionaria, la de 1848, ésta mucho más grave, a la que nos referiremos sólo en función del Imperio Austriaco.

En el año en cuestión, en Hungría se produce un movimiento nacionalista y republicano en toda regla, e incluso en Viena las masas se echan a la calle y amenazan el Palacio Imperial. Metternich huye (luego volverá y vivirá tranquilamente muchos años, apartado ya de la política). El pobre Emperador, pregunta, refiriéndose a los insurrectos: ’¿Pero tienen permiso para eso?’.

Recibe la visita de altos dignatarios que le indican debe abdicar en su sobrino Francisco José (hijo de su hermano Francisco), que ya había sido educado pensando en una eventualidad de tal tipo.

Fernando accede dócilmente; vivirá feliz y tranquilo en un palacio de Moravia muchos años; murió en 1875 a los 83. Claro que su esposa, la que aguantó los cinco ataques, murió a los 81.

Francisco José I de Habsburgo-Lorena, nacido en 1830, Emperador de Austria, Rey Apostólico de Hungría y Rey de Bohemia, entre otros títulos, reinó desde el 2 de diciembre de 1848 hasta su muerte en 1916; un reinado de casi 68 años, que hace de él una figura identificativa del Imperio Austriaco y, sobre todo y después, del Imperio Austrohúngaro.

El personaje inspira a la vez profundo respeto y honda lástima. Honesto, de temperamento conservador, profundamente consciente de sus responsabilidades, trabajador incansable, ajeno a todo tipo de frivolidades, a su muerte sus súbditos se sintieron huérfanos, y todavía hoy alguien deposita a veces unas flores en el pedestal de su estatua, junto al Hofburg. Se le puede reprochar la falta de decisión e ímpetu para adoptar resoluciones difíciles, que quién sabe si hubieran podido salvar el Imperio.

Inspira lástima por las desgracias que rodearon su vida familiar. En 1853 se casó a los 23 años con Isabel de Baviera, de 15, matrimonio elegido y querido personalmente por el Emperador, profundamente enamorado. Su esposa (la ‘Sissi’ a la que se ha rodeado de un aura empalagosamente cursi y totalmente falsa), ni quiso ni supo asumir sus responsabilidades como madre ni como Emperatriz, mostrando un temperamento egoísta, caprichoso y excéntrico. 

Descuidó la educación de sus hijos, y, con el pretexto perpetuo de no aguantar la etiqueta de la Corte, se embarcó (nunca mejor dicho) en una interminable serie de largos viajes que la hicieron casi una extraña en Viena. Para tener más libertad, buscó a su esposo una amante discreta, solución que al Emperador, que siempre amó a su mujer, no le hizo ninguna gracia. En el transcurso de uno de sus viajes, un anarquista italiano la asesinó en Ginebra en 1898.

El único hijo varón, Rodolfo, heredero imperial hasta 1889, era un playboy malcriado y neurótico, obsesionado por la idea de llevarle la contraria a su padre. Se complicó en un intento de secesión húngara y, al fracasar éste, se suicidó en 1889 en una crisis depresiva, en el pabellón de caza de Mayerling (hoy convertido en una capilla funeraria de gusto horrible). Para empeorar las cosas, mató primero a su última amante, la joven baronesa húngara María Vetsera, pidió café a su criado, escribió durante tres cuartos de hora, y luego se suicidó él. María Vetsera había buscado y provocado el ‘romance’, pero naturalmente no contaba con el ‘pacto de suicidio’.

Lo trágico del acontecimiento y el errático comportamiento de Rodolfo, originó el consiguiente escándalo, el desconcierto inicial de la Corte y un cúmulo de absurdos rumores, carentes, como se ha podido comprobar, de todo fundamento, pero delicia todavía hoy de crédulos morbosos.

Francisco José tampoco tuvo suerte con sus hermanos. El mayor de ellos, Maximiliano, de excelentes cualidades morales y gran caballero, pero bastante ingenuo, cometió el trágico error de dejarse embarcar en la aventura imperialista mejicana de Napoleón III de Francia y aceptó la corona de Emperador de Méjico. Abandonado por los franceses y por una mayoría de mejicanos, en vez de marcharse, que es lo que debía haber hecho, se quedó, enamorado de su nueva patria, y los mejicanos lo fusilaron en 1867.

El segundo, Carlos Luis, heredero imperial a la muerte de Rodolfo, murió de tifus en 1896. De su descendencia tendremos ocasión de hablar.

El menor, el archiduque Luis Víctor, mostró pronto marcadas tendencias homosexuales, y recorría las calles de Viena en busca de jovencitos que le agradaran; la cuestión culminó cuando fue descubierto manteniendo relaciones sexuales con un menor de edad en unos baños públicos. Ante el escándalo, que le valió el sobrenombre de ‘archiduque del baño’, su hermano el Emperador lo excluyó de la sucesión y lo exilió al palacio de Klessheim, cerca de Salzburgo, con una servidumbre exclusivamente femenina y prohibición de todo contacto masculino. Sobrevivió a todos, muriendo en 1919.

No es extraño que el Emperador, al conocer la noticia de la muerte de su esposa, musitase: ‘En mi Imperio, la desgracia no conoce el ocaso’.

El primer problema político al que tuvo que enfrentarse Francisco José fue el de apagar las turbulencias ocasionadas por la revolución de 1848. La tarea resultó especialmente dura en el caso de Hungría, donde tuvo que contar con la ayuda del ejército del Zar.

En marzo de 1849 impuso un sistema centralista y restauró el absolutismo; Hungría quedó dividida en cinco provincias bajo administración directa de Austria. Esa política fue cambiando; en 1851 se abolió el sistema absolutista y se llegó a un estrecho acuerdo con el Papado, encomendándose a la Iglesia las cuestiones de Derecho matrimonial y las educativas. La insuficiencia de los ingresos obligó al Gobierno a subir los impuestos para poder mantener el equilibrio presupuestario, pese a las protestas de los liberales.

Rusia se sintió traicionada al no prestarle Austria su apoyo cuando aquélla se vio atacada por Francia e Inglaterra en la llamada ‘guerra de Crimea’. Esto produjo de momento el aislamiento del Imperio.

Las cosas no iban bien en los dominios italianos. Después de una primera victoria sobre el Piamonte en 1849, el ejército austriaco no pudo resistir diez años más tarde la coalición piamontesa con Napoleón III. En 1859 hubo de ceder la Lombardía al Piamonte, y a continuación permitir la anexión por éste de los ducados de Parma, Módena y Toscana, que eran peones austriacos. Pudo de momento conservar el Véneto.

Tampoco iban bien en Alemania. Austria había sido reconocida en el Congreso de Viena como cabeza de la heterogénea Confederación Germánica, pero cada vez se fue viendo más claro que era su rival, Prusia, quien iba a llevar a cabo la unificación de Alemania. La crisis se manifestó en todo su rigor en la guerra austroprusiana de 1866, en la que, en sólo siete semanas y tras la derrota de Sadowa, Austria se vio excluida del espacio germánico.

Por si fuera poco, el ahora ya existente gobierno italiano, se involucró en el festejo del lado prusiano para pescar en río revuelto. Y pescó: aunque en el frente italiano las tropas austriacas resultaron claramente vencedoras, Austria, la vencida en la guerra, hubo de ceder el Véneto a Italia, con lo que sus antaño extensas posesiones en esa zona quedaban reducidas al Trentino y a Trieste.

El proceso en su conjunto se completó cuando, poco más tarde, en 1871, Prusia consiguió, tras su victoria frente a Francia, la unión del Imperio Alemán.

Fue un momento difícil. Más tarde, en 1879, se consolidaría la política exterior austriaca al constituirse una fuerte alianza entre los imperios de Alemania y Austria, pero, por de pronto, las tensiones internacionales y los problemas planteados por los húngaros, hicieron aconsejable el ‘Ausgleich’, o compromiso de igualdad entre Austria y Hungría.

Dicho con otras palabras, en febrero de 1867 se crea el llamado Imperio Austrohúngaro, o Monarquía Dual, con lo que se inicia una nueva etapa.


Desde el punto de vista filatélico, el Imperio Austriaco emitió sus primeros sellos en 1850. A partir de 1867, Austria y Hungría tendrán sistemas postales y sellos diferentes.


Los cuatro ejemplares presentados corresponden al periodo anterior a la separación de los dos sistemas postales. El cuarto, sin leyenda alguna, es, igual que su compañero, un sello para periódicos.